Mi mente estaba claramente limpia y feliz.
Mientras llovía, cada gota que se estrellaba al pavimento
gritaba una sonrisa.
Luego ya no llovía y tú estabas en la mitad de la acera
esperándome, tu miraba me siguió hasta que llegue al primer piso y corrí a tus
brazos, ya no estaba feliz, estaba angustiado, ahora mis lágrimas se convertían
en la lluvia, no pude mirar tu rostro aun, tu olor a cerezas frescas entraba en
mis entrañas, tocaste mi cabello suavemente y tu mano era un charco de los más
hermosos colores, pero yo aún estaba triste, solo escuche tu dulce voz decir
algo en voz baja y entusiasma:
-Deja de llorar, ya no
eres un crio recuerdas?
Tome tu mano pero aun no podía ver tu rostro, tu pecho era
regocijante, entre en cada latido de tu corazón y con mis manos logre colocar
ese candado entre tu bombeo y el mío, te apreté más fuerte y gemiste:
-Oye, me aplastaras…
Quería aplastarte, quería besarte, quería fusionarme contigo,
quería ser uno con tu alma, quería que en realidad estuviésemos juntos.
-Yo aún estoy aquí,
recuerdas? - Dijiste suavemente.
No dije nada, solo me lastimaba más, solo quería olerte una
vez más.
En esa calle te bese por primera vez, en ese mismo y exacto
lugar, de esa misma manera.
Volví caminando a mi habitación y miraba a la ventana,
empapado, triste, la lluvia había apretado mientras estaba afuera con mi
soledad. Tu recuerdo volvía en cada época de lluvia. Tu aroma me visitaba en
cada llovizna, en cada momento, en cada lugar, en cada Deja Vu. Y en cada
momento mi felicidad se desvanecía por ti.
Miraba por la venta aun, la soledad era lo único que existía
en la mitad de la calle, ese fue mi último recuerdo de ti. Y si, recordaba, te
recordaba aun, pero tú, tu nunca volviste aquí.
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